“La
cultura es el ejercicio profundo de la identidad” Julio Cortázar.
El mar se
vistió de colores, al escuchar los ritmos de la tarde; en la lejanía, el viento
susurraba al compás de los arrullos; navegaba una lancha de sonoridaridades, diáfanas,
con ritmos y voces que al unísono repetían: “ Y si hoy pinta ángeles blancos, pintemo´
angelitos negros, con pollera colorada y sonrisa de mi pueblo…”[1] eran
mujeres y hombres, que desde los distintos ríos y desde la Buenaventura urbana,
viajaban a un encuentro con la vida, para dejar algo de sí en el Río Yurumanguí
y llevarse consigo una experiencia enriquecedora de tres días, “Tejiendo raíces
y entrelazando el legado de nuestros ancestros”
En el paso[2] del San
Antonio, una multitud esperaba, sosteniendo un conocido arrullo que siempre
entonan para dar la bienvenida a los visitantes “Bienvenido a mi pueblo/
hermanos del Litoral/ les damos la bienvenida/ a nuestra comunidad”. Así la
llegada se hizo más placentera y pareciera que el corazón intentara salirse de
las camisas y vestidos, pretendiendo guardar las emociones que desbordan su
capacidad sensible.
Brotaron
los recuerdos de la infancia; emergieron los sonidos de la selva; de animales
que corren presurosos en gigantescos saltos huyendo de hombres en faenas de
cacería para alimentar el cuerpo y alma esperanzada de una vida plena, sin
afanes. Llegaron a la memoria las coqueterías del duende, las luces del ribiel,
los camarones asados de la tunda y los juguetes imaginarios que ante las
ausencias permiten desarrollar la dimensión lúdica en la personalidad de los
niños y niñas que crecen en los ambientes más auténticos de este territorio
mágico que entrega y espera el buen trato para su continuidad y permanencia.
El gran
gesto de bienvenida, dio a cada delegación la sensación de sentirse como en
casa; sabores y olores se confabularon en una vasija de exquisitos deseos;
pescados, mariscos, carnes de animales de monte y productos de la tierra
adobados por las manos laboriosas de las San Antoñeras, sin olvidar la leña que
hace arder y mixturar los ingredientes al atizar y soplar el fogón con amor de
madre.
Fueron tres
días de encuentro en el que sonaron sin descansar, los bombos y cununos
sincronizados, golpeados por manos rudas
y poseedoras de una sabiduría que se transmite al contacto con los cueros.
Cada
momento fue una posibilidad de reencuentro con las raíces y una oportunidad
para desplegar las iniciativas que permiten recrear el sentido y significado
del patrimonio cultural inmaterial, manteniendo el telar de la familiaridad en
un territorio donde las músicas y los cantos tradicionales están presentes en
cada momento de la vida como la columna vertebral capaz de atar y desatar el
tejido de la identidad.
[1] Zapateando y coqueteando, canción de autoría de Francisca Garcés, musicalizada e interpretada
por Nidia Góngora, quien empezó su carrera en el Grupo Socavón y actualmente
pertenece al Grupo Canalón.
[2] Forma como se denominan los embarcaderos, arrimaderos o saltaderos en las comunidades rurales de los
ríos del Pacífico sur colombiano.
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